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martes, 28 de septiembre de 2010

CONFLICTO ARMADO Y DIH

EL ARTE DE LA GUERRA



 
La naturaleza estratégica de la guerra ha cambiado, los gobiernos y las Fuerzas Armadas tratan de adaptarse para combatir y ganar en este ambiente nuevo. La superioridad de las fuerzas de combate convencionales, se vuelve irrelevante en la guerra asimétrica. Así lo prueban los fracasos de EE.UU. en Irak y Afganistán.

Los militares arriesgan fallar en la comprensión de la naturaleza del conflicto que estamos viviendo; una guerra que ha sido definida como “una guerra de inteligencia y una guerra de percepciones”.



La guerra siempre ha estado sujeta a ciertas leyes y costumbres. Hasta el año 500 a.c. en cierto sentido fue ritual. Las campañas se llevaban a cabo periódicamente siguiendo un código ampliamente aceptado. Las hostilidades estaban prohibidas durante las temporadas dedicadas a la siembra y a la recolección; no había enfrentamientos en verano ni en invierno por ser estaciones o muy calurosas o muy frías; la guerra no estaba permitida durante el tiempo de duelo luego de la muerte de un señor feudal; los adultos mayores no participaban en las batallas y no se atacaba a un hombre previamente herido;  no se masacraban ciudades, ni se emboscaban los ejércitos e incluso se acordaba con la contraparte, el lugar, la fecha y la hora del encuentro entre ambos.

Fue hasta el siglo V o VI que Sun Tzu recopiló en su libro El Arte de la Guerra los principales aspectos tanto de táctica como de estrategia a tomar en consideración para la producción de una guerra, si así se puede decir, como si se tratara de una película: la influencia moral, el clima, el terreno, el mando y la doctrina. Es a partir de este tratado que se desarrolla la guerra moderna y también el mercadeo. Sin duda que para tomar decisiones estratégicas en ambos campos hay que mirar las condiciones del terreno, apelar a mapas de ruta, fijar objetivos. En las guerras actuales incluso se diseñan los atuendos de acuerdo con el clima de las regiones a intervenir, una cosa es un traje militar para la Antártida, y otra, para el desierto o la montaña.  

Sun Tzu también dio los primeros pasos para el desarrollo de una teoría económica de la guerra al destacar como un elemento de primer orden el número de hombres a reclutar y la logística necesaria para el abastecimiento de las tropas. De allí dependería la duración de un conflicto, si se contaba con los recursos para varios meses de conflicto o si se trataría de una toma de unos pocos días.   

Pero es solo hasta el siglo XIX que se comienzan a agrupar las primeras normas que le darían cuerpo a lo que hoy se conoce como Derecho Internacional Humanitario debido al escalamiento de los conflictos y al hostigamiento, cada vez más brutal, hacia la población civil. A partir del siglo XIX la guerra adquirió dos características muy importantes cuyos efectos han ido en constante aumento: por un lado, la influencia de la economía sobre la marcha de la guerra; las potencias económicamente débiles se encontraban a merced de las más ricas, que podían obtener una mayor cantidad de material bélico de mejor efectividad. Por otro lado, el sufrimiento experimentado por la población civil, que hasta entonces no había notado excesivamente los embates de las guerras. Ahora, los asaltos contra las ciudades y la ocupación militar de vastos territorios, hacían que la población civil sufriera directamente los efectos de la guerra: destrucciones, mortalidad, hambre, epidemias, etc.



 

LA GUERRA DE CUARTA GENERACIÓN: INSURGENCIA GLOBAL

Las guerras modernas pueden distribuirse en cuatro generaciones:
La primera generación comienza con el invento de la pólvora y va hasta la mitad del siglo
XIX. Era básicamente ofensiva, con armas livianas y ejércitos pequeños y movilidad
estratégica limitada por el desplazamiento a pie o a caballo. Culmina con las guerras
napoleónicas.

La Primera Generación de la Guerra Moderna, la guerra de la táctica de líneas y columnas, en la cual las batallas eran formales y el campo de batalla era ordenado, duró aproximadamente desde 1648 hasta 1860. La relevancia de la Primera Generación yace en el hecho de que el orden en el campo de batalla creó una cultura de orden militar. Muchos de los aspectos que distinguen a los militares de civiles —uniformes, saludos, la graduación minuciosa de rangos— fueron productos de la Primera Generación y estaban diseñados para reforzar la cultura de orden.

El problema es que, a mediados del siglo XIX, el campo de batalla ordenado comenzó a desmoronarse. Ejércitos en masa, soldados que realmente querían luchar (el objetivo principal de un soldado del siglo XVIII era abandonar su posición), mosquetes de ánima, en ese tiempo de retrocarga y ametralladoras, al inicio hicieron las viejas tácticas de línea y columna obsoletas, y después suicidas.
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                    Desde entonces el problema ha consistido en una creciente contradicción entre la cultura militar y el desorden cada vez más presente en el campo de batalla. La cultura de orden que una vez fue consistente con el ambiente en el cual la misma operó se ha convertido cada vez más en contra del mismo.

La segunda generación comienza por los tiempos de la guerra civil de EE.UU., gana en
movilidad estratégica en base al ferrocarril y el telégrafo, pero pierde movilidad táctica. Se
caracteriza por ejércitos grandes con armas pequeñas mas efectivas y artillería. Disminuye
la maniobra y es básicamente defensiva. Ejemplo: I GUERRA MUNDIAL.

La Guerra de Segunda Generación fue una respuesta a la contradicción entre la cultura de orden y el ambiente militar. Desarrollada por el Ejército francés durante y después de la I GM, la Guerra de Segunda Generación buscó una solución en la forma de potencia de fuego en masa, la mayoría de
la cual era fuego de artillería indirecto. El objetivo fue la atrición, y la doctrina, en breve, fue descrita por los franceses como, “la artillería conquista, la infantería ocupa”. La potencia de fuego controlada centralmente fue cuidadosamente sincronizada (empleando planes y ordenes detalladas y específicas) para la infantería, tanques y artillería en una “batalla conducida” donde
el comandante era, en efecto, el conductor de una orquesta.

La Guerra de Segunda Generación se presentó como un gran alivio a los soldados (o por lo menos a sus oficiales) porque preservó la cultura de orden. El enfoque fue interno, en las reglas, procesos y procedimientos. La obediencia era más importante que la iniciativa. De hecho, no se deseaba la
iniciativa porque ponía en peligro la sincronización. La disciplina se imponía desde arriba
hacia abajo forzosamente.
La Guerra de Segunda Generación es relevante hoy en día porque el Ejército y el Cuerpo de Infantería de Marina de los EE.UU. la aprendieron de los franceses durante y después de la I GM, y sigue siendo el método de guerra norteamericano, como podemos observar en Afganistán e Irak. Para los norteamericanos, la guerra significa “acertar el blanco con acero”. La aviación ha reemplazado a la artillería como la fuente de mayor potencia de fuego, pero aparte de eso (y a pesar de la doctrina formal del USMC, la cual es guerra de maniobra de la Tercera Generación), las FF.AA. de hoy son tan francesas como lo es el vino blanco y el queso. En el centro de adiestramiento de combate de desierto en California, sólo falta la bandera tricolor y una fotografía del General Maurice Gamelin en el cuartel general. Es el mismo caso en la Escuela de Blindados del Ejército en Fuerte Knox, en el estado de Kentucky, donde un instructor comenzó su lección diciendo, “Yo no sé porqué debo enseñarles todas estas antiguas e irrelevantes teorías francesas, pero tengo que hacerlo.”

La tercera generación produce la “Blietzkrieg” y la era de la guerra de maniobras, la
ofensiva vuelve a la supremacía. Desde la 2da. Guerra Mundial a la de Irak en 2003. Las
batallas contrainsurgentes en Argelia, Viet-Nam y Latino América no modificaron
sustancialmente el pensamiento militar. Hoy después de 40 años de Guerra Fría los
ejércitos permanecen optimizados para Guerra de 3º generación reflejando 50 años de
pensamiento táctico, operacional y estratégico.

La Guerra de Tercera Generación, también un producto de la I GM, fue desarrollada por el Ejército alemán y es comúnmente conocida como la guerra relámpago (blitzkrieg) o guerra de maniobra. La Guerra de Tercera Generación no se basa en la potencia de fuego y atrición, sino en la velocidad, sorpresa, así como la distorsión mental y física. Tácticamente, en el ataque, las FF.AA. de la Guerra de Tercera Generación buscan penetrar la retaguardia del enemigo y causar el derrumbamiento del mismo desde la retaguardia hacia el frente. En vez de “aproximarse y destruir”, el lema es “sobrepasar y derrumbar”. En la defensa, la intención es atraer al enemigo hacia las posiciones convenientes, y luego cortar sus líneas. La guerra deja de ser una competencia de empujones, donde las fuerzas intentan mantener o avanzar en una línea. La Guerra de Tercera
Generación es no lineal. Las tácticas cambian en la Guerra de Tercera Generación,  como lo hace la cultura militar. Las FF.AA. de la Tercera Generación se concentran en lo externo, en la situación, el enemigo y el resultado que necesita la situación, y no en lo interno, en el proceso o en el método.

Durante los juegos de guerra del siglo XIX, los oficiales subalternos alemanes rutinariamente recibieron problemas que sólo podían ser resueltos al desobedecer las órdenes. Las órdenes por sí solas especificaban el resultado deseado, pero nunca el método (Auftragstaktik). La iniciativa fue más importante que la obediencia. (Se toleraban errores puesto que provenían de demasiada iniciativa en vez de una carencia de la misma). Todo el concepto dependía de la autodisciplina, y no de la disciplina forzada. El Kaiserheer y el Wehrmacht podrían llevar a cabo grandes desfiles, pero en realidad, habían roto la cultura de orden.




En la cuarta generación se usan todas las posibilidades políticas, económicas, sociales y
militares para convencer a los decisores políticos enemigos que sus objetivos estratégicos
son inalcanzables o demasiado caros en relación al beneficio. El objetivo del adversario
pasa a ser el aparato y los dirigentes políticos, no las Fuerzas Armadas o las formaciones
tácticas. La victoria se logra ejerciendo presión constante e irrenunciable sobre los líderes
políticos independiente del éxito o fracaso militar. La cuarta generación merece ser
estudiada cuidadosamente por los militares, es la guerra asimétrica, tal vez estamos
peleando la guerra equivocada y arriesgando la supervivencia de la Nación.
Características tales como la descentralización e iniciativa se conservan de la Tercera en la Cuarta Generación, pero en otros aspectos la Cuarta Generación señala el cambio más radical desde la Paz de Westfalia. En la Guerra de Cuarta Generación, el estado pierde su monopolio de la guerra. Alrededor del mundo, las FF.AA. se hallan hoy luchando en contra de oponentes no estatales tales como al-Qaeda, Hamas, Hezbolá y las FARC. En casi todos los lugares, el estado está perdiendo.



Según otros estudios sobre la guerra, ésta podría clasificarse así:
1.       Clausewitz: la guerra como hecho político
2. Ludendorff: la guerra guía a la política
3. Mao como continuador de Ludendorff
4. Guerrilla urbana y guerrilla rural. Geopolítica.
5. La guerra imposible o la guerra nuclear. Beaufré
6. Las guerras de la Tercera Ola, o las guerras limpias

1. Clausewitz: la guerra como hecho político

 Clausewitz inicia la teoría moderna de la guerra con su libro “De la guerra”.   

Para Clausewitz era imposible aislar a la guerra de aquello que la había hecho posible, la política. Detrás de la guerra siempre hay un acto político, una decisión política, una intencionalidad política. La guerra es pues, un instrumento de la política, de ahí que, en un momento dado, Clausewitz escriba: “La guerra es continuación de la política por otros medios”. Lo que implica que la guerra excede la capacidad de decisión del estamento militar y su conducción no es exclusivamente militar, sino político-militar, por éste orden: política primero, milicia después. De lo que se trataba es que, cuando el poder político decidiera iniciar un conflicto, tuviera muy claro qué fin perseguía y cuál era el objetivo. Solamente así podían enunciarse una estrategia correcta. Esa estrategia, iniciadas las hostilidades, solo puede tender al aniquilamiento del ejército adversario.

En una vida como la de Clausewitz, testigo directo de las campañas napoleónicas, el hecho de la batalla debía revestir una importancia principal. Napoleón buscaba de manera obsesiva el enfrentamiento contra el grueso del ejército enemigo. Aceptar o rechazar la batalla eran para él los elementos clave que podían decidir el porvenir de un Estado. Se mostraba partidario de iniciar las hostilidades inmediatamente se hubiera producido la declaración de guerra. Contrariamente a lo que pueda suponerse, y a pesar de algunos de sus intérpretes, Clausewitz consideraba que la mejor forma de combatir era a la defensiva: “Es más fácil conservar que adquirir (...) La defensiva es más fácil que el ataque”. Militar que conocía de primera mano los horrores de la guerra, no terminaba de ponerse en la mentalidad del agresor, de ahí que la “guerra perfecta” para él fuera aquella en la que se respondía a un agresor, conteniéndolo primero (ejercitando el arte de la defensa), para luego asestar el contragolpe ofensivo.

Es el primer teórico militar en occidente en concebir la importancia de las “fuerzas morales” para una buena conducción de las operaciones bélicas. La motivación del soldado y de la retaguardia, la unión de la sociedad civil con la militar, y de toda la nación en torno a la iniciativa bélica, son, como mínimo, tan importantes, como el material utilizado o una conducción correcta de las operaciones. Algo más de un siglo después, el General Ludendorff dará un nuevo paso al frente con una orientación hasta cierto punto diferente.





2. Ludendorff: la guerra guía a la política

Ludendorff elabora lo que sería la doctrina militar del III Reich cuya eficacia, como veremos, se demostró incluso en las horas de la derrota. Porque si los bombardeos de terror aliados, si las impresionantes masas blindadas soviéticas, no fueron suficientes como para lograr la rendición alemana y acortar la resistencia, se debió en buena medida a los escritos de Ludendorf y en particular en su libro “La Guerra Total”.

Siguiendo el camino trazado por Clausewitz, redondea el concepto de “fuerzas morales de la nación” que éste había tratado someramente. Ludendorff crea el concepto de “cohesión anímica del pueblo”, título que recibe el Capítulo II de su obra. Su análisis es más significativo que exacto.  Para él, la guerra tiene como finalidad asegurar la defensa y protección de la comunidad nacional –de la raza- y es, en definitiva, la expresión de la vida de esa misma comunidad. De ahí deduce –a diferencia de Clausewitz- que la política debe servir a la guerra.
 
El Estado tiene como fin asegurar la supervivencia de la raza. Esa defensa no puede fiarse solamente a las palabras, las buenas intenciones y la diplomacia; la columna central de esa intención son las fuerzas armadas. La historia demuestra que, habitualmente, la salvaguardia de la seguridad de las naciones y de su espacio vital, se realiza mediante la guerra. Por tanto, no es la política sino la guerra quien tiene la prioridad. El militar trabaja con un cerebro estructurado en categorías, jerarquías, conceptos como fin, objetivo, estrategia, táctica, geopolítica; su característica es la permanencia, a diferencia de los políticos que se van sucediendo en el ejercicio del poder. Ellos, los militares, son los únicos capaces de establecer pautas estables para el mantenimiento de la seguridad nacional y, lo que es más importante, llevarlas a la práctica: la milicia es, pues, superior y anterior a la política; sin milicia no hay posibilidad de supervivencia de la entidad nacional, ni del pueblo, por tanto no hay posibilidades de política.

Ludendorff se mueve con conceptos políticos y sociológicos muy primarios, pero, no por ello, erróneos. Considera que la comunidad nacional y la “raza”, son superiores a los individuos que las componen. Lo colectivo es anterior y superior a cada uno de los átomos que lo constituyen. En ciento sentido, es un materialista biológico, “Lo biológico es superior a lo trascendente”, tal como explica uno de sus comentaristas, el general Alberto Marini.

Si la función del Estado es asegurar la subsistencia de la comunidad nacional, para lograr tal fin, deberá existir una identificación muy estrecha entre fuerzas armadas y pueblo. No se trata solamente de que los militares defiendan al pueblo, sino de que constituyan un verdadero “ejército popular” (que Hitler se encargó de traducir en las SA y en las SS, verdaderos “soldados políticos” como los definidos por Ludendorff). Estudió la rapidez con que las fuerzas francesas fueron derrotadas en la campaña de Sedán y aísla el hecho de que las tropas alemanas fueron ayudadas por francotiradores y por un amplio movimiento popular pro alemán en Alsacia y Lorena, lo que, en buen a medida, dio a la lucha el carácter de una guerra popular. Esto le lleva a afirmar que para que las operaciones bélicas lleguen a buen puerto es preciso que la totalidad de la población se comprometa en el esfuerzo bélico.

La esencia de la guerra total se resume así: se trata de una guerra popular en la que está comprometida la totalidad de la población por que, es una guerra realizada para su defensa y para su supervivencia. Solamente la información y la propaganda serán capaces de asegurar la cohesión de la comunidad en torno a los fines de la guerra: “derrotar al enemigo para salvar al pueblo”. Ludendorff es el primero en atribuir a la propaganda y a la información el valor que se les reconoce hoy. Los pueblos, en la concepción de Ludendorff se agrupan en torno a sus ejércitos. La propaganda deberá afianzar la unidad entre el pueblo y el ejército. Mao, a principios de los años 30, empezaba a pensar justo lo mismo.



 
3. Mao como continuador de Ludendorff

La gran obsesión de Ludendorff que acompañó a todas sus teorías sobre la Guerra Total era el “despertar racial de la Nación”, tarea que correspondía estimular a los dirigentes para lograr que, verdaderamente, la guerra fuera “popular”. Adolfo Hitler interpretó esta teoría, la incorporó al patrimonio ideológico de su partido y entregó al gran genio de la propaganda moderna, su ministro Josep Goebels la tarea de transmitirla a la población. Goebels cumplió eficazmente con su tarea consiguiendo que la inmensa mayoría del pueblo alemán –los conspiradores del 20 de junio de 1944 fueron una exigua minoría, frecuentemente heteróclita y completamente alejada de la población- logrando que hasta el último momento, abril de 1945, la población sostuviera las ofensivas, luego soportara los bombardeos de terror aliados y, finalmente, la invasión y la destrucción completa del país.

Pero, en el otro extremo del mundo, Mao Tse Tung, heredero de Lenin y Trotsky, adaptó otro modelo de “guerra popular”. En efecto, Mao exaspera el concepto de “guerra total” de Ludendorff, sólo que allí donde éste habla del “despertar racial”, Mao alude a la “liberación de los campesinos”. Cuando Ludendorff atribuye la responsabilidad de la decadencia alemana a judíos, comunistas, masones y católicos, Mao alude solo a la oligarquía terrateniente y al Kuomintang. La diferencia entre ambas concepciones de la campaña estriba en que, mientras Ludendorff pensaba en campañas de corta duración, Mao, por las circunstancias en las que se vio envuelto, alude a la “guerra popular prolongada” que sigue a una “insurrección armada de masas”. Finalmente, para ambos teóricos, la guerra es un hecho político-militar.
 
Tras varias campañas ganadas con el apoyo campesino y dos campañas fallidas, Mao extrae una conclusión: el “ejército popular” debe moverse como el pez en el agua. El agua es la población. Si el apoyo de la población, falla, el pez se ahoga; si ese apoyo se mantiene, quien se asfixia es el adversario que ha penetrado en un territorio hostil y cuyas características desconoce más allá de los mapas. Su conclusión final es que una ofensiva, solamente puede culminar en victoria, si el atacante cuenta con el apoyo de la población de las zonas atacadas.

A partir de ese momento, Mao percibe que ha perdido, momentáneamente, la partida. Las dos últimas ofensivas le han debilitado tanto, que debe huir a sus “santuarios” en el norte del país. Adopta una estrategia de retirada estratégica en lo que, la historia ha conocido como “La Larga Marcha”, no hacia el poder, sino hacia sus propias bases geográficas. En año y medio, las tropas de Mao en retirada, recorrieron casi 10.000 kilómetros a pie, alternaron las marchas, con los ataques rápidos y por sorpresa, la liquidación de las vanguardias enemigas que cometían errores tácticos y la huida favorecida por guías locales con perfecto conocimiento del terreno. Cuando está en condiciones de reemprender la ofensiva, tras el final de la II Guerra Mundial, todavía tardará cuatro años en proclamar la República Popular. Es 1949.

En su libro “Guerra de Guerrillas” y en sus “Escritos Militares”, Mao realiza un pormenorizado estudio de estas campañas y de sus concepciones militares. Su lectura deja percibir que Mao tenía una sólida formación en las tradiciones chinas del pasado. Ha leído a Sun Tzu y su “Arte de la Guerra”. Sabe por él, que de la conducción de las operaciones bélicas depende el futuro de la población y de su proyecto político. Antes de abordar una guerra o de emprender una campaña, Sun Tzu recuerda que es preciso meditar e investigar. Incluso de la derrota pueden extraerse enseñanzas positivas. Mao lo hizo y aconseja en sus escritos la práctica de la autocrítica constante y, casi, de manera obsesiva. No hay consejo de Sun Tzu, que Mao no haya tenido en cuenta en sus casi veinte años de guerra civil. Sun Tzu es para Mao el libro de referencia en la conducción de operaciones militares, mucho más, desde luego que los escritos de Trotsky sobre la guerra civil y la constitución del Ejército Rojo y de Lenin sobre la construcción del partido y el desarrollo del proceso revolucionario. Conocer al enemigo, no solo en su fuerza militar, sino en su sociología, en su población, en todos los detalles que podrían facilitar luego las tareas de agitación y propaganda, necesidad de establecimiento de un plan de acción incluso para las pequeñas patrullas, tácticas basadas en el engaño y las maniobras de diversión, los señuelos, la creación de falsos objetivos para el enemigo, la preservación de las propias fuerzas, desde el batallón hasta el soldado individual, la estrategia de alternancia entre dispersión y concentración, la preparación moral de las tropas, su mentalización de que en cada batalla o en cada choque, aparentemente intrascendente, se están jugando el futuro del Estado, de su causa y de su propio porvenir, ganar batallas obligando al enemigo a aceptar los combates en términos de inferioridad estratégica y rechazando aquellos combates en los que el enemigo tenga superioridad... todas estas ideas, tienen como centro la obra de Sun Tzu sobre “El Arte de la Guerra”. Mao, ha visto reforzada su convicción en la idoneidad de las tesis de Sun Tzu, gracias a los escritos de Clausewitz y Ludendorff. Pero Sun Tzu le ha ayudado en la elección de la estrategia.

Desdiciendo las tesis de Lenin sobre las condiciones objetivas para el estallido de una revolución comunista, Mao no cree en el papel central del proletariado en un país de estructura completamente agraria como China. En la teoría leninista, el campesinado es un mero apoyo colateral a las fuerzas proletarias, en la teoría del Mao, este papel se convierte en central. China, país de gigantesca extensión, fundamentalmente agrario, debe hacer del campesinado la clase objetivamente revolucionaria, por excelencia. El campesino, conoce su territorio como nadie: sabe cuáles son sus pasos, dónde conseguir alimentos, cómo pasar al valle siguiente franqueando cadenas montañosas, conoce los problemas que sufren él y los campesinos de su región; el papel del campesinado es central en el proceso revolucionario chino.

Ahora bien, Mao tiene una teoría militar propia: la de la guerra de guerrillas. Es una teoría político-militar. Mao considera que en la guerra convencional se trata de conquistar un territorio geográfico, sin embargo en la guerra revolucionaria se trata de conquistar, primero el corazón de las poblaciones, mediante las tareas de agitación (difundir ideas simples entre el mayor número de miembros de la población), propaganda (difundir ideas complejas entre sectores concienciados de la población), y organización (incorporar nuevos elementos al partido revolucionario). Mao, siguiendo a Clausewitz se marca un “objetivo”: la conquista del poder, no como un fin en sí mismo, sino como un medio para alcanzar un fin, la transformación de la sociedad. Analizando el fenómeno del poder, Mao advierte que, el fracaso del Kuomintang radicó en que carecía, casi enteramente, del apoyo de la población. En esas condiciones era imposible contar con un ejército fiel, con iniciativa y con espíritu de lucha. Concluye que la conquista del poder, pasa por la conquista del pueblo.




4. Guerrilla urbana y guerrilla rural. Geopolítica.

La guerra de guerrillas, en la concepción maoísta solamente es útil en países como China, de gran concentración campesina. Cuando esta población llega al 70% es la única forma de acceder al poder. Esta estrategia fue válida en países como Vietnam, primero, durante la guerra contra los franceses (guerrillas, el Vietminh, que, en fases avanzadas del combate, cristalizan en un verdadero ejército, en esa ocasión, al mando del general Giap, con una estrategia inspirada por Ho Chi Min) y luego contra los norteamericanos (guerrillas clásicas, Vietcong, apoyadas por unidades regulares del ejército norvietnamita, infiltradas en el sur a través de la “ruta Ho Chi Min”).

Pero hay zonas en donde la población campesina tiene una proporción menor, o simplemente, está dispersa, o incluso está compuesta por etnias pacíficas y “tímidas” que, mentalmente, no están acondicionadas para el desarrollo de operaciones bélicas. Aquí, debería revisarse lo escrito por Ludendorff sobre el factor “racial”. No todos los grupos étnicos tienen las mismas cualidades para el combate. Desde el siglo XIX, la geopolítica ha establecido que existen potencias marítimas (fundamentalmente comerciales, plutocracias dirigidas por oligarquías económicas, como Atenas, Cartago, anteayer Inglaterra, y EEUU en la actualidad) y, sus adversarias, potencias terrestres (que atribuyen un papel fundamental al Estado, dirigidas por aristocracias guerreras, ayer Esparta y Roma, hasta hace poco Alemania y, más recientemente la URSS). Estas últimas consideran al ejército como la salvaguardia de su independencia y la garantía de su espacio vital; las potencias comerciales, utilizan a sus FFAA como punta de lanza para sus operaciones comerciales. Tres mil años de historia dan la razón a este planteamiento geopolítico: mar y tierra entran en contradicción, siempre, inevitablemente. Tal es el fundamento de cualquier análisis geopolítico y neohistórico.

Ahora bien, la geopolítica implica también el conocimiento de la realidad geográfica y sociológica de las poblaciones. Y esto es básico para la elección de una estrategia general. Mao eligió su “guerra de guerrillas”, tras constatar que lo esencial de la vida china de la época giraba en torno al campesinado y a las sociedades de bandidos. Unos años después, se sucedían revueltas campesinas en toda Iberoamérica y, especialmente, en el Caribe cristalizaban en la aparición de la guerrilla de Sierra Maestra. Sin embargo, en el movimiento castrista hay algo fundamentalmente diferente a la experiencia maoísta. La guerrilla rural, dirigida por Castro, Guevara, Camilo Cienfuegos, etc., pudo mitificar su actuación gracias a que la victoria final coronó su iniciativa, pero, a poco que se examine la historia de la revolución cubana se percibe que el movimiento estudiantil fue, como mínimo tan importante para el triunfo de la revolución. Digámoslo más claro: sin el hostigamiento en las ciudades, el débil movimiento perdido en Sierra Maestra, jamás habría estado en condiciones de descender al llano y ocupar las ciudades.
Por otra parte, en la zona de Marquetalia (Colombia), los núcleos armados rurales y mineros, se habían contentado con estabilizar un sistema de defensiva estratégica que tendía a asegurar los núcleos “liberados”, pero que no expandía a la guerrilla. En su análisis de estas experiencias, Regis Debray en “¿Revolución en la revolución?” ataca estas iniciativas de “autodefensa” y llega a la conclusión que cualquier núcleo guerrillero que renuncia a expandirse, por lo mismo, antes o después, resulta asfixiado.
En los años posteriores al ascenso del castrismo, se multiplicaron las experiencias guerrilleras en toda Iberoamérica, saldadas, regularmente, con el fracaso más absoluto. Cuando, en 1967, el Che Guevara es capturado y ejecutado en Bolivia, concluye el período en el que la experiencia de Sierra Maestra –inspirada, a su vez, por el maoísmo chino- parecía ser la panacea revolucionaria universal. Lo que se le había escapado al Che en Bolivia eran dos cosas: la primera, que la dispersión de los núcleos campesinos y la baja densidad de habitantes por kilómetro cuadrado, hacía imposible la formación de “columnas” guerrilleras; bastaba que unas pocas unidades regulares del ejército, salieran en persecución de la guerrilla, para que fuera extinguida con facilidad. El segundo olvido del Che fue también crucial; engañado por Castro, el Che creía que en Bolivia existía una situación pre-revolucionaria y, por tanto, olvidó la primera enseñanza de la guerra revolucionaria: antes de tomar las armas, es preciso una larga etapa de defensiva estratégica en la que la primera actividad del incipiente núcleo es realizar el ciclo “agitación – propaganda – organización”. Cuando llegó el Che a Bolivia, tras un corto período de adiestramiento de unos pocos castristas locales y de dos docenas de voluntarios cubanos atraídos por la paga, descuidó completamente el trabajo sobre la población. Ambos factores hicieron que al “pez” (la guerrilla), le faltara “agua” (el apoyo popular). En los tres meses anteriores a su captura, el Che y su menguada partida guerrillera no tenía otra tarea más que huir y huir. Así mismo, el Che pensaba que la consigna de “la tierra para el que la trabaja”, con la consiguiente reforma que daría a los campesinos la propiedad de la tierra, bastaría para que las poblaciones quechuas y aymaras se sumaran a la insurrección. Olvidaba, también aquí, dos factores: el primero es que el campesino boliviano era impenetrable, carecía de conciencia política, desconfiaba de los forasteros y, mucho más, si eran blancos o mestizos cubanos (como el Che y sus guerrilleros), por otra parte, en la década de los cincuenta, durante la presidencia de Víctor Paz Estensoro y del Movimiento Nacionalista Revolucionario, la reforma agraria ya se había realizado y el campesino boliviano era dueño de la tierra...


Estas enseñanzas estaban claras para quien era capaz de ejercer el arte de la observación, aun antes de la muerte del Che. Un intelectual de izquierdas (Abraham Guillén) y un hombre de acción (Carlos Marighela), reconocieron que, aunque la ortodoxia guerrillera, estableciera que el núcleo guerrillero, formado por fundamentalmente por campesinos, tenía como estrategia, sitiar la ciudad a través del campo, en algunos países con cierto nivel de desarrollo de las poblaciones urbanas, era necesario desarrollar un nuevo tipo de conflicto: la guerrilla urbana. La “selva del asfalto” es ideal para camuflar al guerrillero, las ciudades están hechas de escondites y trampas, tan difíciles de identificar (o más) que las que están en el campo. Si el 50% de la población de un país, estaba concentrada en las ciudades, no había más remedio que recurrir a la guerrilla urbana.

Por otra parte, la extrema-derecha argentina, ya había realizado algunas iniciativas de guerrilla urbana coronadas con éxitos relativos. A principios de los años sesenta, el Movimiento Nacionalista Revolucionario “Tacuara” y la Guardia Restauradora Nacional, habían cometido atentados anticomunistas y antisemitas, en ciudades, tardando en ser identificados. Pues bien, cuando se produjo la desarticulación de la “Tacuara” argentina, algunos miembros pasaron a la vecina República Oriental del Uruguay, tomando contacto con el grupo de Raúl Sendic. De ahí surgió el Movimiento Revolucionario “Tupamaros” inspirados en la doctrina de Abraham Guillén y en la experiencia armada de la “Tacuara”.

En el vecino Brasil, Carlos Marighela había escrito un pequeño opúsculo titulado “La guerrilla urbana”, editado en Cuba y que rivalizaba con “Guerra de guerrillas” del Che Guevara, como libro de texto entre la extrema-izquierda euro americana de los años sesenta. Marighela había fundado la Alianza Libertadora Nacional que realizó secuestros de embajadores acreditados en Brasil solicitando la liberación de sus presos (y, frecuentemente, obteniéndola). Marighela sistematizó sus experiencias y en su libro definió a la guerrilla urbana ideal: células prácticamente autónomas, arsenales y almacenes de explosivos independientes entre sí, cada grupo se provee de su propio armamento y prepara sus propias acciones siguiendo el principio de centralismo estratégico y autonomía táctica y, finalmente, recomendaba como táctica el “morder y huir”, propio de cualquier operación de guerrilla.

La ALN fue pronto desarticulada en Brasil y el propio Marighela resultó muerto, los “Tupamaros” pudieron mantener su trepidante ritmo de operaciones guerrilleras hasta 1973, cuando los militares que habían tomado el poder en Brasil, amenazaron con el “Plan 24 horas” si la guerrilla urbana conseguía llegar al poder en Uruguay. El plan consistía en la ocupación del país en apenas 24 horas. Esta amenaza, más psicológica que real, supuso el aislamiento del movimiento tupamaro y su extinción en pocos meses. El resto de iniciativas de guerrilla urbana se fueron extinguiendo, una tras otra, tanto en Iberoamérica como en Europa (Brigadas Rojas, Fracción del Ejército Rojo, GARI, GRAPO, ETA, IRA, etc.).

Cuando en 1980 tiene lugar la victoria sandinista en Nicaragua, los grupos guerrilleros centroamericanos parecen revitalizarse y la guerra civil se extiende por Guatemala, Salvador, Honduras, etc. Pero, una vez más, se trata de un espejismo: la situación nicaragüense es completamente diferente a la de los otros países; por lo demás, en Nicaragua, Carter optó por no apoyar a Somoza, mientras que en el resto de países centroamericanos, los EEUU, dirigidos por Reagan, apoyaron las tareas de contrainsurgencia. A principios de la década de los noventa, ya no quedaba nada de todas estas guerrillas e incluso los sandinistas habían sido apeados del poder por unas elecciones libres y democráticas.

Las cosas no habían ido mucho mejor en Colombia en donde desde 1983, los distintos grupos guerrilleros oscilaban entre pactar con el gobierno su desmovilización o bien mantener núcleos armados rurales cuya única misión era vivir del impuesto sobre el cultivo de la hoja de coca y custodiar cargamentos de cocaína de un lado a otro de la selva. La experiencia demuestra que cuando una guerrilla se enquista, tiende a convertirse en un núcleo de bandidos que luchan simplemente por su supervivencia personal.

Sin embargo, en otros países, la guerra de guerrillas ha demostrado ser la mejor opción estratégica. Tal es el caso de las distintas fases del conflicto afgano y, en la actualidad, de la resistencia antiamericana en Irak. Es importante destacar que, en ambos casos, los movimientos de resistencia se realizan fuera del marco ideológico marxista en el que hay que encuadrar las teorías guerrilleras de Mao, Ho-Chi-Min, Che Guevara, Guillén o Marighela. La guerra de Afganistán contra los soviéticos, la actual contra los norteamericanos y la de Irak, no terminaron el día en que los ejércitos de ocupación llegaron a Kabul o a Bagdad, sino que, justo en ese momento, empezó la verdadera confrontación. La brutal desproporción de fuerzas entre los talibanes y el ejército iraquí de un lado y los norteamericanos y sus aliados de otro, hacía imposible cualquier resistencia convencional organizada. Los bombardeos estratégicos y el lanzamiento continuado de cientos de misiles, y solamente la irrupción de masas de fuerzas blindadas cuando las defensas del país se dan como completamente quebradas, resuelve la primera fase de estos conflictos, pero la siguiente es la decisiva: se abre cuando el infante debe tomar posesión del territorio conquistado. La inaccesibilidad de los bombarderos estratosféricos o de las fragatas lanzamisiles situadas en alta mar, se convierte ahora en la vulnerabilidad del infante montando guardia en cualquier esquina y blanco fácil para un tirador de élite.

Para poder abrir una etapa de guerra de guerrillas en el contexto de una guerra de resistencia o de liberación nacional, solamente se precisa una exigencia: que la dirección guerrillera esté dispuesta a asumir el alto coste en vidas humanas de las operaciones. El Vietcong lo asumió y venció. Las guerrillas urbanas y rurales iberoamericanas y europeas, no lo estaban y, por eso mismo, han desaparecido.

5. La guerra imposible o la guerra nuclear. Beaufré


Sin embargo, el teórico de esta doctrina no era ruso ni americano, sino francés, la tercera potencia nuclear en discordia, en general André Beaufré. Beaufré resume su doctrina de la disuasión nuclear en dos obras “Introducción a la Estrategia” y “Disuasión y Estrategia”. Quizás solamente un francés estaba en condiciones de exponer una teoría así. Francia, desde 1870, había ido de derrota en derrota hasta la victoria final. Las malas experiencias para las armas galas se iniciaron con la derrota del Sedán, prosiguieron en la I Guerra Mundial, cuando los alemanes estuvieron a las puertas de París y durante los cuatro años siguientes, la guerra de trinchera se realizó sobre suelo francés, prosiguió en la II Guerra Mundial con la derrota de mayo-junio de 1940, inapelable y total, finalizado el conflicto, perdió la guerra de Vietnam y luego la de Argelia. Era evidente que, tras tanta derrota, lo que existía en el seno del ejército francés era un déficit de teoría. Al carecer de modelo de conflicto, sus fuerzas no estaban preparadas para responder positivamente a ningún conflicto que estallara. Beaufré intentó superar este obstáculo ofreciendo una teoría que supuso el soporte doctrinal para la “force de frappe”, la pequeña e incipiente fuerza nuclear francesa.
Se define a la guerrilla como la “guerra de la pulga”. En las antípodas está la guerra ABQ, atómica, bacteriológica y química. Entre 1954 y 1986 la doctrina de la “Destrucción Mutua Asegurada” constituyó la piedra angular de la doctrina de defensa americana y soviética. La idea era que, ante la perspectiva de los daños irreparables e incompatibles con la vida humana que podía provocar un ataque nuclear desencadenado por cualquiera de las dos partes, la guerra termonuclear se convertía en imposible. La paradoja consistía en que, a mayor armamento nuclear, se garantizaba una paz más estable.

Beaufré explica que el arma atómica introduce un elemento completamente nuevo hasta la fecha. La desproporción entre masa y energía. Mientras que antes de Hiroshima y Nagasaki se precisaba de una altísima concentración de fuego para conseguir la destrucción de una ciudad, a partir de ahora, para conseguir el mismo efecto bastaba con una bomba transportada por cualquier avión o por un misil. Un pequeño ejército, armado con tales armas, puede hacer frente a millones de hombres bien pertrechados con armas convencionales. La doctrina estratégica de Beaufré parte de las dimensiones reales de Francia ante las dos superpotencias, una dimensión pequeña, pero no desdeñable, que le permitiría jugar un papel estratégico fundamental en una situación de equilibrio de fuerzas. Beaufré no niega que Francia es aliada de EEUU, sólo que reivindica un papel de aliado independiente. Estima que Francia debe vender caro su papel de aliado, y escribe al respecto: “La única forma de que una fuerza nuclear independiente no sea peligrosa es tenerla como aliada”. La acción independiente debe completar la fuerza del aliado y desequilibrar al oponente. En cierto sentido, Beaufré escribe sus libros para que Norteamérica entienda el papel de Francia en la política mundial y sus veleidades de independencia política respecto a EEUU. Por lo demás, llama a la construcción de un sistema defensivo europeo en el que aspira a insertar esta línea independiente.

Beaufré es el primero en darse cuenta de que el arma atómica es la primera arma destinada a no ser utilizada, sino a generar una situación psicológica de amenaza. Escribe una frase famosa mil veces repetida: “La firmeza de Dulles, la ira y el zapato de Kruschev, la fría obstinación de De Gaulle, corresponden a ese juego psicológico cuya influencia puede superar todos los cálculos deducidos del factor material. En realidad, el elemento decisivo se asienta en esa voluntad de desencadenar el cataclismo. Hacer creer que se tiene esa voluntad es más importante que todo lo demás. Naturalmente que cada cual farolea ¿pero hasta qué punto?”. Y en otra de sus obras completa esta frase, añadiendo: “la disuasión era la resultante de una comparación desfavorable entre el riesgo y la apuesta. Matemáticamente, la disuasión comienza allí en donde el riesgo es superior a la apuesta”, o dicho en otras palabras, la Guerra Fría no se transformó en caliente gracias a que el equilibrio de fuerzas hacía que la relación entre la apuesta y el riesgo fueran   inaceptables para los dos contendientes.

El arsenal mundial llegó a alcanzar los 12.000 megatones de poder explosivo, concentrados en 45.000 bombas. En 1979, la Oficina de Evaluación Tecnológica de los Estados Unidos estudió las consecuencias de un ataque soviético contra 250 ciudades norteamericanas en que se detonaran un total de 7.800 megatones. Se concluyó que las víctimas fatales serían entre 155.000.000 y 165.000.000 de norteamericanos, además de unas decenas de millones de heridos graves. Un ataque similar contra la Unión Soviética resultaría en 50.000.000 a 100.000.000 de muertes.
 
Un estudio diferente es el publicado en 1982 por la Real Academia Sueca de Ciencias. El estudio supone 4.970 bombas dirigidas contra ciudades (125 de ellas hacia el hemisferio sur), totalizando 1.941 megatones. Otros 700 megatones se dirigen contra refinerías de petróleo, plantas de energía eléctrica, industrias y pozos petroleros alejados de los centros poblados. Finalmente, 6.641 bombas con un rendimiento total de 3.100 megatones atacarían blancos militares, como aeropuertos, puertos navales, submarinos nucleares y mísiles balísticos intercontinentales. El resultado final de este escenario en que se detonan 5.741 megatones —apenas la mitad del arsenal total actual— es la muerte de 866.000.000 de seres humanos además de 280.000.000 de heridos que morirían a los pocos días debido a la imposibilidad de recibir ayuda médica. En total, algo más de 1.000 millones de víctimas fatales a causa de los efectos directos de las explosiones.

Las consecuencias físicas de un conflicto de este tipo serían devastadoras. Se lanzaría un total de 255.000.000 de toneladas de humo en pocas horas que, suspendido en la atmósfera, atenuaría la luz del Sol. Esto provocaría una bajada de la temperatura normal hasta 20°C bajo cero que se prolongarían durante tres meses.
Otros análisis concluyen que la temperatura de la superficie del hemisferio sur bajaría unos 8°C a las pocas semanas y permanecería durante ocho meses unos cuatro grados bajo lo normal. El invierno nuclear se extendería sobre todo nuestro planeta. La capa de ozono se vería disminuida por la producción de óxidos de nitrógeno expulsados por la bola de fuego. En todas las zonas del hemisferio Norte incluido el ecuador, la radiación pasaría a ser 100 veces superior a la normal, mientras que en el hemisferio sur, a las pocas semanas se alcanzaría una radiactividad 80 veces superior. Las explosiones causarían cambios radicales en la climatología. Se iniciaría un invierno que duraría varios años. Las bajas temperaturas y la oscuridad ambiental destruirían la vegetación en el hemisferio norte (donde los efectos físicos serán mayores) y de las zonas tropicales, (menos resistentes a una disminución de la temperatura ambiental). Grandes cantidades de animales perecerían a causa del frío, escasez de agua fresca (estaría congelada) y la oscuridad. Cuando se disipara la oscuridad, a los altos niveles de radiación ultravioleta causarían daño en las hojas de las plantas, debilitándolas aún más, y en la córnea del ojo de los animales causando ceguera generalizada. No habría recursos alimenticios para los vertebrados. Las aguas poco profundas se congelarían y la oscuridad destruiría el foto plancton eliminando la base alimentaria de muchas especies marinas y de agua dulce. Los peces que sobrevivieran (una de las pocas fuentes alimentarias para los humanos), estarían contaminados por las sustancias radiactivas precipitadas en el agua.
 
No lograría sobrevivir a las explosiones más del 50% de la población mundial actual. Los supervivientes afrontarían la gran mortalidad provocada por epidemias a causa de la baja resistencia inmunológica y de la destrucción de la infraestructura sanitaria. Finalmente, la tensión psicológica por la experiencia vivida continuaría afectando gravemente a los sobrevivientes y a las generaciones futuras.

Ningún gobernante quiso ser recordado como el verdugo de la humanidad. La magnitud del posible desastre evitó su desencadenamiento, especialmente en los teatros principales -Europa, el territorio norteamericano y el soviético- pero no pudo evitar que durante toda la segunda mitad del siglo XX, las diferencias entre las superpotencias pasaran a ser dirimidas en teatros secundarios y a través de peones interpuestos. No chocaban EEUU y la URSS, sino Vietnam del Norte y Vietnam del Sur, los montoneros y el gobierno uruguayo, UNITA y el MPLA, Israel y el Egipto de Náser, Nigeria y Biafra, etc.



6. Las guerras de la Tercera Ola, o las guerras limpias
 

Si Vietnam supuso un vuelco en las doctrinas militares tradicionales, la guerra del Golfo implicó, por vez primera, la aplicación a gran escala de nuevos sistemas de destrucción. Las lecciones fueron aprendidas y corregidas en los bombardeos sobre Yugoslavia de 1999. Desde entonces el diseño de nuevos armamentos y la elaboración de una doctrina de la guerra adaptada al siglo XXI, tienen ocupados a los laboratorios y a los estrategas de las superpotencias. Así será la guerra del mañana...

En 1967 el “Che” Guevara se había internado con un grupo guerrillero por el altiplano boliviano. Entre otras pertenencias llevaba un hornillo que le habían regalado los miembros del Vietcong durante su visita a los países comunistas de Asia dos años antes. Este hornillo tenía la particularidad de que la llama resultaba invisible para los observadores. El “Che” ignoraba que ese hornillo no desprendía llama pero sí calor, lo que permitió a la CIA localizarlo constantemente mediante detectores de infrarrojos... El cadáver del “Che” tendido en una mesa de la escuelita de Vallegrande supuso el fin de una era.

El “Che” no entendió que se enfrentaba a nuevas tecnologías bélicas. Y es que cada época histórica ha acarreado métodos de destrucción adaptados a la evolución científica del momento. La Primera Guerra Mundial hubiera sido imposible unas décadas antes cuando todavía no existía la producción en cadena y la industrialización: para que hubiera guerra de desgaste sin límite, debía de haber producción también sin límite. Luego, la Segunda Guerra Mundial demostró que para que fuera posible una guerra de movimientos y maniobras era preciso que, previamente, se desarrollaran los sistemas de mecanización aéreos y terrestres.

Dos mil quinientos años antes, la “falange” macedónica había demostrado ser la fuerza más eficaz en tiempos en los que solo podía contar con unidades de infantería, pequeñas pero muy bien conjuntadas y entrenadas; más tarde apareció la combinación de caballería pesada y fortificación que generaron el feudalismo; la ballesta y el arco utilizados masivamente en Agincourt dieron la victoria a los franceses sin necesidad del cuerpo a cuerpo, la caballería entró en crisis; dos siglos después, la combinación del barco y el cañón llevaron la guerra a los mares; en 1789, la revolución francesa instituyó las levas en masa y el servicio militar obligatorio que facilitaron la creación de ejércitos de masas. Luego siguieron las dos guerras mundiales hasta llegar a la guerra fría: guerra de trincheras, guerra de maniobras y Mando Aéreo Estratégico se sucedieron a lo largo del siglo XX como formas bélicas adaptadas a la realidad socio-productiva de cada momento. Pero todo esto es inútil en nuestros días.

La situación ideal buscada por cualquier estratega puede asimilarse a una partida de ajedrez en la que un jugador puede ver la totalidad de las piezas, mientras que el otro solo alcanza a contemplar las propias. La guerra del futuro ya no consistirá en invertir más capital, trabajo o tecnología en armamentos de destrucción masiva, sino en disponer de mayor información sobre el campo de batalla. Los mongoles mantuvieron el imperio más extenso jamás visto durante 100 años a pesar de que sus “hordas” fueron siempre menores en número. Su efectividad consistía en una red de jinetes que cubrían todo el imperio y que permitían tener un dominio absoluto de la información sobre el campo de batalla.

Ayer como hoy no basta con observar; hay que tener la capacidad de actuar, tal como el teórico de la guerra von Clausewitz había dicho: “El conocimiento debe transformarse en capacidad”. La sigla inglesa C3I da la clave de las necesidades militares de todos los tiempos: Dirección (command), Control, Comunicaciones e Inteligencia. Todos estos elementos, presentes en las hordas mongolas han sido rescatados para las nuevas estrategias militares del siglo XXI. Las guerras del futuro tienen un nombre: cyberwar y netwar.

La RAND Corporation, uno de los institutos de prospectiva más importantes de EEUU, han sido los primeros en teorizar sobre la “guerra cibernética”: “Con el término cyberwar –escriben en un dossier reservado- nos referimos a llevar a cabo operaciones militares de acuerdo con principios relacionados con la información. Esto supone desbaratar, cuando no destruir, los sistemas de información y comunicaciones [del adversario], entendidos ampliamente, abarcando incluso la cultura militar, sobre la que depende el adversario para saber sobre sí mismo: quien es, donde está, qué puede hacer por tanto, por qué está luchando, qué amenazas debe enfrentar en primer lugar”. En definitiva, se trata de “desequilibrar la balanza de información y el conocimiento a favor propio”.
La cyberwar no debe ser confundida con nociones recientes ya superadas como la guerra electrónica, robotizada, automatiza o computerizada que fue puesta en práctica masivamente en la “Guerra del Golfo”. Hoy es posible ir más allá. De hecho, desde 1990 la doctrina militar ha variado sensiblemente.

El creciente sentimiento antimilitarista que se vive en todo el mundo hace que los efectivos bélicos deban ser necesariamente menores que en décadas anteriores. Menores y mejor preparados para que puedan “golpear” (punch en inglés) sin inflacionar efectivos (paunch). Así pues los satélites espía, las redes de sensores, los modelos virtuales de los combates, pero también las comunicaciones, el transporte de tropas, deberán permitir que pequeñas unidades, excepcionalmente bien entrenadas y pertrechadas, sean dirigidas justo allí en donde pueden golpear más duramente al adversario en cada momento, anticipándose a sus movimientos, conociéndolos de antemano y desbaratando su capacidad ofensiva, sus comunicaciones y su red de alerta.

Todo esto se puso en práctica en la guerra de Kosovo. La estrategia norteamericana tendió, no tanto a destruir al ejército yugoslavo –a decir verdad, sólo fue dañada 1/20 parte de su armamento pesado- como la infraestructura de comunicaciones (civiles y militares), las estaciones de radar, las centrales distribuidoras de energía y los puertos de alerta y control aeronáutico. Por su parte, los yugoslavos, conscientes de su inferioridad, respondieron desplazando millón y medio de kosovares hacia las zonas de Albania desde las que podía partir un ataque terrestre. El resultado fue el bloqueo de las carreteras y zonas de acceso con cientos de miles de personas que deambulaban sin saber a dónde creando problemas humanitarios y de logística. Ambas estrategias se revelaron dramáticamente eficaces y tenían un punto en común: el reconocimiento de los puntos fuertes y las debilidades propias y ajenas.

En la guerra de Kosovo, el comandante Arkan, jefe paramilitar serbio, organizó una central de contra información provista de una batería de 40 superordenadores de última generación que le permitió iniciar una “guerrilla informática” contra la OTAN que abarcaba desde el envío de virus informáticos y vulneración de los sistemas de seguridad informática de OTAN mediante el reclutamiento de hackers y crakers de todo el mundo, hasta difusión vía Internet de noticias y comunicados a particulares, medios de comunicación, instituciones y organizaciones, defendiendo la postura Yugoslava.
El resultado es un nuevo tipo de guerra –la netwar, la guerra-en-red- en el que la información se ha convertido en un recurso estratégico tan importante como lo fueron en la era industrial el capital y el trabajo. Nuevos teóricos y analistas del futuro sustentaron estas ideas.
                       
La RAND Corporation afirma que “La guerra en red (netwar) consiste en un conflicto relacionado con la información a gran nivel, entre naciones o sociedades”. Implica dañar o modificar aquello que un grupo de población, tomado como objetivo, sabe o cree saber sobre sí mismo y el mundo. Este tipo de guerra puede concentrarse sobre la opinión pública en general, sobre un sector de la misma o sobre una élite concreta. En buena medida es una derivación moderna de la guerra psicológica. Cuando Radio Martí emite desde Miami mensajes anticastristas con destino a la isla, está practicando netwar. Pero también es posible que un grupo de narcotraficantes decida sabotear a través de un equipo mercenario de hackers las comunicaciones y la información reservada de las defensas de un país o de una agencia de seguridad.

También es posible que se desaten “guerras-en-red” entre actores no estatales: grupos políticos opuestos (extremistas de derechas contra radicales alternativos) o entre organizaciones terroristas y el Estado o entre determinados colectivos sociales (jóvenes ocupas y agencias de la propiedad inmobiliaria o ETT’s)... La netwar implica la existencia de grupos de afinidad, mayores o menores, que combaten al Estado o a otros grupos sociales, fundamentalmente vehiculizando los recursos propios de la guerra psicológica a través de Internet.

Como puede verse, todo esto implica una gran confusión y la redefinición de los términos: militar y no militar, público y privado, estatal y social. Muy frecuentemente, una netwar intentará evitar, desencadenar o arrastrar a terceros hacia una cyberwar. En el fondo las netwar serán equivalentes a las actuales “guerras de baja intensidad” que pueden desembocar en conflictos de “alta intensidad”.
Hacia principios de los años 80 Alvin Tofler lanzó su famoso libro “La Tercera Ola”. Tofler y su mujer, Heidi, en 1993 publicaron un artículo capital en Los Angeles Times, War and Anti-War: Survival at the Dawn of the 21st Century dando a conocer la “teoría de la guerra de la tercera ola”.

Al igual que la RAND Corporation, Tofler sostiene que la guerra es una extensión y un reflejo del sistema productivo de una sociedad. Por ello la guerra está subordinada al modo de producción de la sociedad. Identifica “tres olas” que implican tres momentos históricos y tres modos de producción:

- La primera ola que se inició en el 8000 a. de JC y abarcó hasta finales del XVII; se caracteriza por un modo de producción agrario. La forma de guerrear se basa en ejércitos cuya organización, equipo y liderazgo son deficientes. Solo son aptos para combatir en determinadas temporadas. Las órdenes se transmiten verbalmente, la paga es irregular, habitualmente en especies; los combates son cuerpo a cuerpo.

- La segunda ola se inicia a finales del siglo XVII y llega hasta principios de los años 80 del siglo XX. Es la era de la producción industrial. Los ejércitos en masa, utilizan armamentos estandarizados producidos en las líneas de montaje, traban guerras ilimitadas basadas en el desgaste. Los oficiales eran militares instruidos en academias militares que comunicaban sus órdenes por escrito. La ametralladora y las fuerzas mecanizadas ocasionaron la creación de tácticas totalmente nuevas. Con Clausewitz, la guerra dejó de ser una contienda entre dos gobernantes y se convirtió en una lucha entre pueblos unidos en torno a Estados-Nación. Esta forma de guerra alcanzó el punto culminante de su capacidad de destrucción masiva con la creación de las armas nucleares almacenadas por las superpotencias.

- La tercera ola, la actual, es la era del conocimiento y la información. La inviabilidad de la guerra nuclear y el nuevo estadio de la civilización –lo que Berzezinsky, fundador de la Comisión Trilateral, llamó “era tecnotrónica”- determinaron un nuevo tipo de economía (y consiguientemente, un nuevo tipo de guerra) regida por la información. Municiones guiadas por precisión, robots, tecnología no mortífera, armamento dirigido por energía, virus en las computadoras son algunos de los atributos de la guerra de la tercera ola.

Estas nuevas teorías bélicas fueron adoptadas por el General Gordon R. Sullivan, Jefe del Estado Mayor del Ejército USA. Sullivan expuso sus ideas sobre el “Ejército de la Era de la Información” en el Folleto 525-5 del Comando de Adiestramiento y Doctrina, titulado “Operaciones de la Fuerza XXI”. Sus ideas se coagularon en la MTR, siglas inglesas de “Revolución Tecnológico-Militar”.

¿En qué consiste la MTR? Este nuevo tipo de guerra requiere soldados de élite enrolados en ejércitos multinacionales muy reducidos que luchen aislados en un campo de batalla casi vacío. Para el coronel Pedro Rodríguez Martín, del Mando de Doctrina la Academia de Infantería de Toledo (MADOC), el combatiente tendrá dos misiones:
  • Enviar información. Mediante cámaras de vídeo, infrarrojas y sensores ambientales... se transmitirán datos de la batalla a los mandos.
  • Adquirir objetivos. El soldado tendrá fusiles con telémetros láser, GPS, brújula digital para dirigir los disparos de la artillería.
Además, la infantería se valdrá a menudo de armas no letales. Según Nick Lewer, del departamento de Estudios para la Paz de la Universidad de Bradford (Reino Unido), "estas armas no son nuevas, pero han crecido rápidamente gracias a las misiones de paz en zonas en conflicto".

Para manejar las nuevas armas ha sido necesario recurrir a las nuevas técnicas de realidad virtual. Hasta ahora se utilizaban únicamente para entrenar aviadores, sin embargo, en la actualidad, incluso los soldados de infantería y, por supuesto, las tropas mecanizadas, se entrenan en escenarios virtuales simulados a través de potentes ordenadores y un software extremadamente sofisticado capaz de reproducir todas las condiciones reales del combate.



EN ESTE CONTEXTO, ¿CUÁL ES EL PAPEL DEL DIH?
El derecho internacional humanitario (DIH) es la agrupación de las distintas normas, en su mayoría reflejadas en los Convenios de Ginebra, en 1949 y los Protocolos adicionales que tienen como objetivo principal la protección de las personas no participantes en hostilidades o que han decidido dejar de participar en el enfrentamiento.
Documento original de la Primera Convención de Ginebra.
Las distintas normas del derecho internacional humanitario pretenden evitar y limitar el sufrimiento humano en tiempos de conflictos armados. Estas normas son de obligatorio cumplimiento tanto por los gobiernos y los ejércitos participantes en el conflicto como por los distintos grupos armados de oposición o cualquier parte participante en el mismo.
El DIH a su vez, limita el uso de métodos de guerra y el empleo de medios utilizados en los conflictos, pero no determina si un país tiene derecho a recurrir a la fuerza, tal y como lo establece la carta de Naciones Unidas.
Los Convenios de Ginebra constituyen una serie de normas internacionales para humanizar la guerra. El conjunto de los distintos Convenios dan como resultado la normalización del Derecho Internacional Humanitario. La Convención de 1864 contiene propuestas humanitarias de Jean Henri Dunant, creador de la Cruz Roja. Están formadas por una serie de tratados internacionales firmados en Ginebra, Suiza, entre 1864 y 1949 con el propósito de minimizar los efectos de la guerra sobre soldados y civiles. Dos protocolos adicionales a la convención de 1949 fueron aprobados en 1977.
Las Convenciones de Ginebra han sido:
  • La Primera Convención de Ginebra, de 1864, que comprende el Convenio de Ginebra para el mejoramiento de la suerte que corren los militares heridos en los ejércitos en campaña de 1864
  • La Segunda Convención de Ginebra, de 1906, que comprende el Convenio de Ginebra para el mejoramiento de la suerte de los militares heridos, enfermos o náufragos en las fuerzas armadas en el mar de 1906
  • La Tercera Convención de Ginebra, de 1929, que comprende: Convenio de Ginebra para mejorar la suerte de los heridos y enfermos de los ejércitos en campaña y el Convenio de Ginebra relativo al trato de los prisioneros de guerra del 27 de julio de 1929
  • La Cuarta Convención de Ginebra, de 1949, que comprende 4 convenios aprobados por la Conferencia Diplomática destinada a Elaborar Convenios Internacionales a proteger a las víctimas de la guerra en 1949. Entró en vigor el 21 de octubre de 1950 y contiene:
    • I Convenio de Ginebra para Aliviar la Suerte que Corren los Heridos y Enfermos de las Fuerzas Armadas en Campaña;
    • II Convenio de Ginebra para Aliviar la Suerte que Corren los Heridos, los Enfermos y los Náufragos de las Fuerzas Armadas en el Mar;
    • III Convenio de Ginebra relativo al trato debido a los prisioneros de guerra; y
    • IV Convenio de Ginebra relativo a la protección debida a las personas civiles en tiempo de guerra.
Se incluyen en la Cuarta Convención los protocolos de adiciones en 1977.
  • Protocolo adicional a los Convenios de Ginebra relativo a la protección de las víctimas de los conflictos armados internacionales (Protocolo I)
  • Protocolo adicional a los Convenios de Ginebra relativo a la protección de las víctimas de los conflictos armados sin carácter internacional (Protocolo II)
·         El DIH se encuentra esencialmente contenido en los cuatro Convenios de Ginebra de 1949, en los que son parte casi todos los Estados. Estos Convenios se completaron con otros dos tratados: los Protocolos adicionales de 1977 relativos a la protección de las victimas de los conflictos armados. Hay asimismo otros textos que prohíben el uso de ciertas armas y tácticas militares o que protegen a ciertas categorías de personas o de bienes. Son principalmente:
• la Convención de la Haya de 1954 para la protección de los bienes culturales en caso de conflicto armado y sus dos Protocolos;
• la Convención de 1972 sobre Armas Bacteriológicas;
• la Convención de 1980 sobre Ciertas Armas Convencionales y sus cinco Protocolos;
• la Convención de 1993 sobre Armas Químicas;
• el Tratado de Ottawa de 1997 sobre las Minas Antipersonal;
• el Protocolo facultativo de la Convención sobre los Derechos del Niño relativo a la participación de niños en los conflictos armados.
Ahora se aceptan muchas disposiciones del DIH como derecho consuetudinario, es decir, como normas generales aplicables a todos los Estados.

En particular, está prohibido matar o herir a un adversario que haya depuesto las armas o que esté fuera de combate. Los heridos y los enfermos serán recogidos y asistidos por la parte beligerante en cuyo poder estén. Se respetarán el personal y el material médico, los hospitales y las ambulancias. Normas específicas regulan asimismo las condiciones de detención de los prisioneros de guerra y el trato debido a los civiles que se hallan bajo la autoridad de la parte adversa, lo que incluye, en particular, su mantenimiento, atención médica y el derecho a corresponder con sus familiares. El DIH prevé, asimismo, algunos signos distintivos que se pueden emplear para identificar a las personas, los bienes y los lugares protegidos. Se trata principalmente de los emblemas de la cruz roja y de la media luna roja, así como los signos distintivos específicos de los bienes culturales y de la protección civil.




ANEXOS
Principios de Derecho Internacional reconocidos por el Estatuto y por las
sentencias del Tribunal de Nüremberg
Aprobados por la Comisión de Derecho Internacional de la Organización de las
Naciones Unidas y presentados a la Asamblea General
31 de diciembre de 1950

   PRINCIPIO VI
Los delitos enunciados a continuación son punibles como delitos de derecho
internacional:

a. Delitos contra la paz:
i) Planear, preparar, iniciar o hacer una guerra de agresión o una
guerra que viole tratados, acuerdos o garantías internacionales;
ii) Participar en un plan común o conspiración para la perpetración de
cualquiera de los actos mencionados en el inciso i).

b. Delitos de guerra:
Las violaciones de las leyes o usos de la guerra, que comprenden, sin
que esta enumeración tenga carácter limitativo, el asesinato, el
maltrato, o la deportación para trabajar en condiciones de esclavitud
o con cualquier otro propósito, de la población civil de territorios
ocupados o que en ellos se encuentre, el asesinato o el maltrato de
prisioneros de guerra o de personas que se hallen en el mar, la
ejecución de rehenes, el saqueo de la propiedad pública o privada, la
destrucción injustificable de ciudades, villas o aldeas, o la
devastación no justificada por las necesidades militares.

c. Delitos contra la humanidad:
El asesinato, el exterminio, la esclavización, la deportación y otros
actos inhumanos cometidos contra cualquier población civil, o las
persecuciones por motivos políticos, raciales o religiosos, cuando
tales actos sean cometidos o tales persecuciones sean llevadas a
cabo al perpetrar un delito contra la paz o un crimen de guerra, o en
relación con él.




Convención sobre la imprescriptibilidad de los crímenes de guerra y de los
crímenes de lesa humanidad
26 de noviembre de 1968

Artículo I
Los crímenes siguientes son imprescriptibles, cualquiera que sea la fecha en
que se hayan cometido:
a) Los crímenes de guerra según la definición dada en el Estatuto del
Tribunal Militar Internacional de Nuremberg, de 8 de agosto de 1945, y
confirmada por las resoluciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas 3
(I) de 13 de febrero de 1946 y 95 (I) de 11 de diciembre de 1946, sobre todo las
"infracciones graves" enumeradas en los Convenios de Ginebra de 12 de agosto
de 1949 para la protección de las víctimas de la guerra;
b) Los crímenes de lesa humanidad cometidos tanto en tiempo de guerra
como en tiempo de paz, según la definición dada en el Estatuto del Tribunal Militar
Internacional de Nuremberg, de 8 de agosto de 1945, y confirmada por las
resoluciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas 3 (I) de 13 de febrero
de 1946 y 95 (I) de 11 de diciembre de 1946, así como la expulsión por ataque
armado u ocupación y los actos inhumanos debidos a la política de apartheid y el
delito de genocidio definido en la Convención de 1948 para la Prevención y la
Sanción del Delito de Genocidio aun si esos actos no constituyen una violación del
derecho interno del país donde fueron cometidos.

Artículo II
Si se cometiere alguno de los crímenes mencionados en el artículo I, las
disposiciones de la presente Convención se aplicarán a los representantes de la
autoridad del Estado y a los particulares que participen como autores o cómplices
o que inciten directamente a la perpetración de alguno de esos crímenes, o que
conspiren para cometerlos, cualquiera que sea su grado de desarrollo, así como a
los representantes de la autoridad del Estado que toleren su perpetración.

Artículo III
Los Estados Partes en la presente Convención se obligan a adoptar todas
las medidas internas que sean necesarias, legislativas o de cualquier otro orden,
con el fin de hacer posible la extradición, de conformidad con el derecho
internacional, de las personas a que se refiere el artículo II de la presente
Convención.


Convenio de Ginebra relativo a la protección debida a las personas
civiles en tiempo de guerra (Convenio IV)
Aprobado el 12 de agosto de 1949 por la Conferencia Diplomática para Elaborar Convenios
Internacionales destinados a proteger a las víctimas de la guerra, celebrada en
Ginebra del 12 de abril al 12 de agosto de 1949
Entrada en vigor: 21 de octubre de 1950

Artículo 2
Aparte de las disposiciones que deben entrar en vigor ya en tiempo de paz, el presente
Convenio se aplicará, en caso de guerra declarada o de cualquier otro conflicto armado que
surja entre dos o varias de las Altas Partes Contratantes, aunque una de ellas no haya
reconocido el estado de guerra.
Artículo 3
En caso de conflicto armado que no sea de índole internacional y que surja en el territorio de
una de las Altas Partes Contratantes, cada una de las Partes en conflicto tendrá la obligación
de aplicar, como mínimo, las siguientes disposiciones:

1) Las personas que no participen directamente en las hostilidades, incluidos los miembros
de las fuerzas armadas que hayan depuesto las armas y las personas puestas fuera de
combate por enfermedad, herida, detención o por cualquier otra causa, serán, en todas las
circunstancias, tratadas con humanidad, sin distinción alguna de índole desfavorable,
basada en la raza, el color, la religión o la creencia, el sexo, el nacimiento o la fortuna, o
cualquier otro criterio análogo.
A este respecto, se prohíben, en cualquier tiempo y lugar, por lo que atañe a las personas
arriba mencionadas:

a) los atentados contra la vida y la integridad corporal, especialmente el homicidio en todas
sus formas, las mutilaciones, los tratos crueles, la tortura y los suplicios;
b) la toma de rehenes;
c) los atentados contra la dignidad personal, especialmente los tratos humillantes y
degradantes;
d) las condenas dictadas y las ejecuciones sin previo juicio ante un tribunal legítimamente
constituido, con garantías judiciales reconocidas como indispensables por los pueblos
civilizados.
2) Los heridos y los enfermos serán recogidos y asistidos.
Un organismo humanitario imparcial, tal como el Comité Internacional de la Cruz Roja podrá
ofrecer sus servicios a las Partes en conflicto.
Artículo 5

Si, en un territorio ocupado, una persona protegida por el Convenio es capturada por espía o
saboteadora, o porque se sospecha fundadamente que se dedica a actividades perjudiciales
para la seguridad de la Potencia ocupante, dicha persona podrá quedar privada de los  
derechos de comunicación previstos en el presente Convenio, en los casos en que la seguridad
militar lo requiera indispensablemente.
Sin embargo, en cada uno de estos casos, tales personas siempre serán tratadas con
humanidad y, en caso de diligencias judiciales, no quedarán privadas de su derecho a un
proceso equitativo y legítimo, tal como se prevé en el presente Convenio. Recobrarán,
asimismo el beneficio de todos los derechos y privilegios de persona protegida, en el sentido
del presente Convenio, en la fecha más próxima posible, habida cuenta de la seguridad del
Estado o de la Potencia ocupante, según los casos.
Artículo 8
Las personas protegidas no podrán, en ninguna circunstancia, renunciar parcial o totalmente a
los derechos que se les otorga en el presente Convenio y, llegado el caso, en los acuerdos
especiales a que se refiere el artículo anterior.
Artículo 9
El presente Convenio será aplicado con la colaboración y bajo el control de las Potencias
protectoras encargadas de salvaguardar los intereses de las Partes en conflicto. Para ello, las
Potencias protectoras podrán designar, aparte de su personal diplomático o consular, a
delegados de entre los propios súbditos o de entre los de otras Potencias neutrales. Estos
delegados serán sometidos a la aprobación de la Potencia ante la cual hayan de efectuar su
misión.

Las Partes en conflicto facilitarán, en la mayor medida posible, la labor de los representantes
o delegados de las Potencias protectoras.
Los representantes o delegados de las Potencias protectoras nunca deberán extralimitarse en
la misión que se les asigna en el presente Convenio; habrán de tener en cuenta,
especialmente, las imperiosas necesidades de seguridad del Estado ante el cual ejercen sus
funciones.


Título II: Protección general de la población contra ciertos efectos de la guerra

Artículo 13
Las disposiciones del presente Título se refieren al conjunto de la población en conflicto, sin
distinción desfavorable alguna, especialmente en cuanto a la raza, la nacionalidad, la religión
o la opinión política, y tienen por objeto aliviar los sufrimientos originados por la guerra.

Artículo 14
En tiempo de paz, las Altas Partes Contratantes y, después del comienzo de las hostilidades,
las Partes en conflicto, podrán designar en el propio territorio y, si es necesario, en los
territorios ocupados, zonas y localidades sanitarias y de seguridad organizadas de manera que
se pueda proteger contra los efectos de la guerra a los heridos y a los enfermos, a los
inválidos, a los ancianos, a los niños menores de quince años, a las mujeres encintas y a las
madres de niños de menos de siete años.

Ya al comienzo de un conflicto y en el transcurso del mismo, las Partes interesadas podrán
concertar acuerdos entre sí para el reconocimiento de las zonas y localidades que hayan
designado. Podrán, a este respecto, poner en vigor las disposiciones previstas en el proyecto
de acuerdo anejo al presente Convenio, haciendo eventualmente las modificaciones que
consideren necesarias.

Se invita a que las Potencias protectoras y el Comité Internacional de la Cruz Roja presten
sus buenos oficios para facilitar la designación y el reconocimiento de esas zonas y
localidades sanitarias y de seguridad.

Artículo 15
Toda Parte en conflicto podrá, sea directamente sea por mediación de un Estado neutral o de
un organismo humanitario, proponer a la Parte adversaria la designación, en las regiones
donde tengan lugar combates, de zonas neutralizadas para proteger contra los peligros de los
combates, sin distinción alguna, a las personas siguientes:

a) los heridos y enfermos, combatientes o no combatientes;
b) las personas civiles que no participen en las hostilidades y que no realicen trabajo alguno
de índole militar durante su estancia en esas zonas.

En cuanto las Partes en conflicto se hayan puesto de acuerdo sobre la situación geográfica, la
administración, el aprovisionamiento y el control de la zona neutralizada prevista, se
redactará un acuerdo, que firmarán los representantes de las Partes en conflicto. En tal
acuerdo, se determinará el comienzo y la duración de la neutralización de la zona.

Artículo 16
Los heridos y los enfermos, así como los inválidos y las mujeres encintas, serán objeto de
protección y de respeto particulares.

Si las exigencias militares lo permiten, cada una de las Partes en conflicto favorecerá las
medidas tomadas para la búsqueda de los muertos y de los heridos, para acudir en ayuda de
los náufragos y de otras personas expuestas a un peligro grave y para protegerlas contra el
pillaje y los malos tratos.

Artículo 17
Las Partes en conflicto harán lo posible por concertar acuerdos locales para la evacuación,
desde una zona sitiada o cercada, de los heridos, de los enfermos, de los inválidos, de los
ancianos, de los niños y de las parturientas, así como para el paso de ministros de todas las
religiones, del personal y del material sanitarios con destino a esa zona.

Artículo 18
En ninguna circunstancia, podrán ser objeto de ataques los hospitales civiles organizados para
prestar asistencia a los heridos, a los enfermos, a los inválidos y a las parturientas; deberán
ser siempre respetados y protegidos por las Partes en conflicto.

Los Estados que sean partes en un conflicto deberán expedir, para cada hospital civil, un
documento en el que conste su índole de hospital civil, y se certifique que los edificios por
ellos ocupados no se utilizan con finalidad que, en el sentido del artículo 19, pueda privarlos
de protección.

Los hospitales civiles estarán señalados, si se lo autoriza el Estado, mediante el emblema
previsto en el artículo 38 del Convenio de Ginebra del 12 de agosto de 1949 para aliviar la
suerte que corren los heridos y los enfermos de las fuerzas armadas en campaña.

Si las exigencias militares lo permiten, las Partes en conflicto tomarán las medidas necesarias
para hacer claramente visibles, a las fuerzas enemigas terrestres, aéreas y marítimas, los
emblemas distintivos con los que se señalan los hospitales civiles, a fin de descartar la
posibilidad de toda acción hostil.

Por razón de los peligros que pueda presentar para los hospitales la proximidad de objetivos
militares, convendrá velar por que estén lo más lejos posible de ellos.

Artículo 19
La protección debida a los hospitales civiles no podrá cesar más que si éstos se utilizan para
cometer, fuera de los deberes humanitarios, actos perjudiciales para el enemigo. Sin embargo,
la protección sólo cesará tras una intimación que determine, en todos los casos oportunos, un
plazo razonable, y que no surta efectos.

No se considerará que es acto perjudicial el hecho de que se preste asistencia a militares
heridos o enfermos en esos hospitales o que haya allí armas portátiles y municiones retiradas
a esos militares y que todavía no hayan sido entregadas al servicio competente.

Artículo 20
Será respetado y protegido el personal regular y únicamente asignado al funcionamiento o a
la administración de los hospitales civiles, incluido el encargado de la búsqueda, de la
recogida, del transporte y de la asistencia de los heridos y de los enfermos civiles, de los
inválidos y de las parturientas.
En los territorios ocupados y en las zonas de operaciones militares, este personal se dará a
conocer por medio de una tarjeta de identidad en la que conste el estatuto del titular, con su
fotografía y con el sello de la autoridad responsable, así como, mientras esté de servicio,
mediante un brazal sellado, resistente a la humedad y puesto en el brazo izquierdo. El Estado
entregará este brazal, que llevará el emblema previsto en el artículo 38 del Convenio de
Ginebra del 12 de agosto de 1949 para aliviar la suerte que corren los heridos y los enfermos
de las fuerzas armadas en campaña.

Cualquier otro personal asignado al funcionamiento o a la administración de los hospitales
civiles será respetado y protegido y tendrá derecho a llevar, durante el desempeño de sus
funciones, el brazal como arriba se dispone y en las condiciones prescritas en el presente
artículo. En su tarjeta de identidad, se especificarán las tareas de su incumbencia.
La dirección de cada hospital civil tendrá en todo tiempo a disposición de las autoridades
competentes, nacionales u ocupantes, la lista al día de su personal.

Artículo 21
Los traslados de heridos y de enfermos civiles, de inválidos y de parturientas, efectuados por
vía terrestre en convoyes de vehículos y en trenes-hospitales, o por vía marítima, en barcos
asignados para efectuar tales traslados, serán respetados y protegidos del mismo modo que
los hospitales previstos en el artículo 18, y se darán a conocer enarbolando, con autorización
del Estado, el emblema distintivo previsto en el artículo 38 del Convenio de Ginebra del 12
de agosto de 1949 para aliviar la suerte que corren los heridos y los enfermos de las fuerzas
armadas en campaña.
Artículo 22
Las aeronaves exclusivamente empleadas para el traslado de los heridos y de los enfermos
civiles, de los inválidos y de las parturientas, o para el transporte de personal y de material
sanitarios, no serán atacadas, sino que serán respetadas durante los vuelos que efectúen a
altitudes, horas y según itinerarios específicamente convenidos, entre todas las Partes en
conflicto interesadas.

Podrán ir señaladas con el emblema distintivo previsto en el artículo 38 del Convenio de
Ginebra del 12 de agosto de 1949 para aliviar la suerte que corren los heridos y los enfermos
de las fuerzas armadas en campaña.

Salvo acuerdo en contrario, está prohibido volar sobre territorio enemigo u ocupado por el
enemigo.

Estas aeronaves deberán acatar toda orden de aterrizaje. En caso de aterrizaje impuesto de
este modo, la aeronave y sus ocupantes podrán reanudar el vuelo, tras un eventual control.

Artículo 23
Cada una de las Altas Partes Contratantes autorizará el libre paso de todo envío de
medicamentos y de material sanitario, así como de objetos necesarios para el culto,
destinados únicamente a la población civil de otra Parte Contratante, aunque sea enemiga.

Permitirá, asimismo, el libre paso de todo envío de víveres indispensables, de ropa y de
tónicos reservados para los niños de menos de quince años y para las mujeres encintas o
parturientas.

La obligación de una Parte Contratante de autorizar el libre paso de los envíos indicados en el
párrafo anterior está subordinada a la condición de que esa Parte tenga la garantía de que no
hay razón seria alguna para temer que:

a) los envíos puedan ser desviados de su destino, o
b) que el control pueda resultar ineficaz, o
c) que el enemigo pueda obtener de ellos una ventaja manifiesta para sus acciones bélicas o
para su economía, sustituyendo con dichos envíos artículos que, de otro modo, habría tenido
que suministrar o producir, o liberando material, productos o servicios que, de otro modo,
habría tenido que asignar a la producción de tales artículos.

La Potencia que autorice el paso de los envíos mencionados en el párrafo primero del
presente artículo puede poner como condición para su autorización que la distribución a los
destinatarios se haga localmente bajo el control de las Potencias protectoras.

Tales envíos deberán ser expedidos lo más rápidamente posible, y el Estado que autorice su
libre paso tendrá derecho a determinar las condiciones técnicas del mismo.

 
Artículo 24
Las Partes en conflicto tomarán las oportunas medidas para que los niños menores de quince
años que hayan quedado huérfanos o que estén separados de su familia a causa de la guerra
no queden abandonados, y para que se les procuren, en todas las circunstancias, la
manutención, la práctica de su religión y la educación; ésta será confiada, si es posible, a
personas de la misma tradición cultural.

Las Partes en conflicto favorecerán la acogida de esos niños en país neutral mientras dure el
conflicto, con el consentimiento de la Potencia protectora, si la hubiere, y si tienen garantías
de que serán respetados los principios enunciados en el párrafo primero.

Además, harán lo posible por tomar las oportunas medidas para que todos los niños menores
de doce años puedan ser identificados, mediante una placa de identidad de la que sean
portadores, o por cualquier otro medio.

Artículo 25
Toda persona que esté en el territorio de una Parte en conflicto o en un territorio por ella
ocupado, podrá dar a los miembros de su familia, dondequiera que se hallen, noticias de
índole estrictamente familiar; podrá igualmente recibirlas. Esta correspondencia se expedirá
rápidamente sin demoras injustificadas.

Si, debido a las circunstancias, el intercambio de la correspondencia familiar por la vía postal
ordinaria resulta difícil o imposible, las Partes en conflicto interesadas se dirigirán a un
intermediario neutral, como la Agencia Central prevista en el artículo 140, a fin de determinar
con él los medios para garantizar el cumplimiento de sus obligaciones en las mejores
condiciones, especialmente con la colaboración de las Sociedades Nacionales de la Cruz Roja
(de la Media Luna Roja, del León y Sol Rojos).

Si las Partes en conflicto consideran necesario restringir la correspondencia familiar, podrán,
como máximo, imponer el uso de formularios modelo que contengan veinticinco palabras
libremente elegidas y limitar su envío a uno solo cada mes.

Artículo 26
Cada Parte en conflicto facilitará la búsqueda emprendida por los miembros de familias
dispersadas a causa de la guerra para reanudar los contactos entre unos y otros, y para
reunirlas, si es posible. Facilitará, en especial, la acción de los organismos dedicados a esa
tarea, a condición de que los haya aceptado y que apliquen las medidas de seguridad por ella
tomadas.

Título III: Estatuto y trato de las personas protegidas
Sección I: Disposiciones comunes a los territorios de las Partes en conflicto y a los territorios
Ocupados

Las personas protegidas tienen derecho, en todas las circunstancias, a que su persona, su
honor, sus derechos familiares, sus convicciones y prácticas religiosas, sus hábitos y sus
costumbres sean respetados. Siempre serán tratadas con humanidad y protegidas
especialmente contra cualquier acto de violencia o de intimidación, contra los insultos y la
curiosidad pública.
Las mujeres serán especialmente protegidas contra todo atentado a su honor y, en particular,
contra la violación, la prostitución forzada y todo atentado a su pudor.

Habida cuenta de las disposiciones relativas al estado de salud, a la edad y al sexo, todas las
personas protegidas serán tratadas por la Parte en conflicto en cuyo poder estén con las
mismas consideraciones, sin distinción alguna desfavorable, especialmente por lo que atañe a
la raza, a la religión o a las opiniones políticas.

No obstante, las Partes en conflicto podrán tomar, con respecto a las personas protegidas las
medidas de control o de seguridad que sean necesarias a causa de la guerra.
Artículo 31
No podrá ejercerse coacción alguna de índole física o moral contra las personas protegidas,
en especial para obtener de ellas, o de terceros, informaciones.
Artículo 32
Las Altas Partes Contratantes se prohíben expresamente emplear toda medida que pueda
causar sufrimientos físicos o la exterminación de las personas protegidas que estén en su
poder. Esta prohibición se aplica no solamente al homicidio, a la tortura, a los castigos
corporales, a las mutilaciones y a los experimentos médicos o científicos no requeridos por el
tratamiento médico de una persona protegida, sino también a cualesquiera otros malos tratos
por parte de agentes civiles o militares.

Artículo 33
No se castigará a ninguna persona protegida por infracciones que no haya cometido. Están
prohibidos los castigos colectivos, así como toda medida de intimidación o de terrorismo.
Está prohibido el pillaje.
Están prohibidas las medidas de represalia contra las personas protegidas y sus bienes.

Artículo 34
Está prohibida la toma de rehenes.
Artículo 39
A las personas protegidas que hayan perdido, a causa del conflicto, su actividad lucrativa, se
les dará la oportunidad de encontrar un trabajo remunerado y disfrutarán, a este respecto, a
reserva de consideraciones de seguridad y de las disposiciones del artículo 40, de las mismas
ventajas que los súbditos de la Potencia en cuyo territorio estén.

Si una de las Partes en conflicto somete a una persona protegida a medidas de control que le
impidan ganarse la subsistencia, en particular cuando tal persona no pueda, por razones de
seguridad, encontrar un trabajo remunerado en condiciones razonables, dicha Parte en
conflicto satisfará sus necesidades y las de las personas a su cargo.
Artículo 49
Los traslados en masa o individuales, de índole forzosa, así como las deportaciones de
personas protegidas del territorio ocupado al territorio de la Potencia ocupante o al de
cualquier otro país, ocupado o no, están prohibidos, sea cual fuere el motivo.
Sin embargo, la Potencia ocupante podrá efectuar la evacuación total o parcial de una
determinada región ocupada, si así lo requieren la seguridad de la población o imperiosas
razones militares. Las evacuaciones no podrán implicar el desplazamiento de personas
protegidas más que en el interior del territorio ocupado, excepto en casos de imposibilidad
material. La población así evacuada será devuelta a sus hogares tan pronto como hayan
cesado las hostilidades en ese sector.
La Potencia ocupante deberá actuar, al efectuar tales traslados o evacuaciones, de modo que,
en la medida de lo posible, las personas protegidas sean acogidas en instalaciones adecuadas,
que los desplazamientos se lleven a cabo en satisfactorias condiciones de salubridad, de
higiene, de seguridad y de alimentación, y que no se separe, unos de otros, a los miembros de
una misma familia.
Artículo 50
Con la colaboración de las autoridades nacionales y locales, la Potencia ocupante facilitará el
buen funcionamiento de los establecimientos dedicados a la asistencia y a la educación de los
niños.

Tomará cuantas medidas sean necesarias para facilitar la identificación de los niños y
registrar su filiación. En ningún caso podrá modificar su estatuto personal, ni alistarlos en
formaciones u organizaciones de ella dependientes.

Si las instituciones locales resultan inadecuadas, la Potencia ocupante deberá tomar medidas
para garantizar la manutención y la educación, si es posible por medio de personas de su
nacionalidad, idioma y religión, de los niños huérfanos o separados de sus padres a causa de
la guerra, a falta de un pariente próximo o de un amigo que esté en condiciones de hacerlo.

Se encargará a una sección especial de la oficina instalada en virtud de las disposiciones del
artículo 136 a fin de que tome las oportunas medidas para identificar a los niños cuya
filiación resulte dudosa. Se consignarán sin falta cuantas indicaciones se tengan acerca del
padre, de la madre o de otros allegados.

La Potencia ocupante no deberá entorpecer la aplicación de las medidas preferenciales que
hayan podido ser adoptadas antes de la ocupación en favor de los niños menores de quince
años, de las mujeres encintas y de las madres de niños menores de siete años, por lo que
respecta a la nutrición, a la asistencia médica y a la protección contra los efectos de la guerra.

Artículo 51
La Potencia ocupante no podrá forzar a las personas protegidas a servir en sus fuerzas
armadas o auxiliares. Se prohíbe toda presión o propaganda tendente a conseguir
alistamientos voluntarios.

No se podrá obligar a trabajar a las personas protegidas, a no ser que tengan más de dieciocho
años; sólo podrá tratarse, sin embargo, de trabajos que requieran las necesidades del ejército
de ocupación o los servicios de interés público, la alimentación, el alojamiento, la vestimenta,
el transporte o la salud de la población del país ocupado. No se podrá obligar a que las
personas protegidas realicen trabajos que las hagan tomar parte en las operaciones militares.
La Potencia ocupante no podrá obligar a las personas protegidas a garantizar por la fuerza la
seguridad de las instalaciones donde lleven a cabo un trabajo impuesto.
El trabajo sólo se hará en el interior del territorio ocupado donde estén las personas de que se
trata. Cada persona a quien se haya impuesto un trabajo seguirá residiendo, en la medida de
lo posible, en el lugar de su trabajo habitual. El trabajo deberá ser equitativamente
remunerado y proporcionado a las capacidades físicas e intelectuales de los trabajadores. Será
aplicable, a las personas protegidas sometidas a los trabajos de los que se trata en el presente
artículo, la legislación vigente en el país ocupado por lo que atañe a las condiciones de
trabajo y a las medidas de protección, especialmente en cuanto al salario, a la duración del
trabajo, al equipo, a la formación previa y a las indemnizaciones por accidentes de trabajo y
por enfermedades profesionales.

En todo caso, las requisas de mano de obra nunca podrán implicar una movilización de
trabajadores bajo régimen militar o paramilitar.
Artículo 56
En toda la medida de sus medios, la Potencia ocupante tiene el deber de asegurar y mantener,
con la colaboración de las autoridades nacionales y locales, los establecimientos y los
servicios médicos y hospitalarios, así como la sanidad y la higiene públicas en el territorio
ocupado, en particular tomando y aplicando las medidas profilácticas y preventivas
necesarias para combatir la propagación de enfermedades contagiosas y de epidemias. Se
autorizará que el personal médico de toda índole cumpla su misión.

Si se instalan nuevos hospitales en territorio ocupado y si los organismos competentes del
Estado ocupado ya no desempeñan sus funciones, las autoridades de ocupación efectuarán, si
es necesario, el reconocimiento previsto en el artículo 18. En circunstancias análogas, las
autoridades de ocupación deberán efectuar también el reconocimiento del personal de los
hospitales y de los vehículos de transporte, en virtud de las disposiciones de los artículos 20 y
21.

Cuando tome las medidas de sanidad y de higiene, así como cuando las aplique, la Potencia
ocupante tendrá en cuenta las exigencias morales y éticas de la población del territorio
ocupado.
Artículo 57
La Potencia ocupante no podrá requisar los hospitales civiles más que provisionalmente y en
caso de urgente necesidad, para asistir a heridos y a enfermos militares, y con la condición de
que se tomen a tiempo las medidas apropiadas para garantizar la asistencia y el tratamiento de
las personas hospitalizadas y para satisfacer las necesidades de la población civil.

No se podrá requisar el material y las existencias de los hospitales civiles, mientras sean
necesarios para satisfacer las necesidades de la población civil.




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14 Enero-Febrero 2005 Military Review